Este domingo 14 de abril, a las 17,00, presentaremos Escribiendo esperanza en el barrio de Casetas (Zaragoza), dentro de las I Jornadas Casetas Literaria coordinadas por David Rozas Genzor, en el Salón de Actos del Centro Cívico (Plaza Santiago Castillo s/n) Participarán en el acto Pilar Aguarón, Chabi Angulo, Marcos Callau, Roberto Malo, Fran Picón, Sara Ramo y David Rozas. Amenizará la velada el músico Mario Iriarte.
David Rozas participa en Escribiendo esperanza con el relato titulado La cita del fin del mundo:
Mario
se impacientaba. Apenas se daba cuenta, pero no hacía más que remangarse la
sudadera y mirar su reloj digital entre resoplidos. Llevaba más de cinco
minutos esperando, sentado en el frío suelo y cubierto por aquella improvisada
tienda de campaña que él mismo había ideado. Casi a oscuras, peleándose con la
linterna de su padre y con unos nervios de colegial que habían transformado su
estómago en un pozo de retortijones y gases. “Vendrá, claro que vendrá”, musitaba entre castañeteos de dientes,
sin dejar de mover arriba y abajo sus piernas cruzadas.
Tenía que venir. Así se lo había
prometido Laura en clase con un leve asentimiento y un mohín de desgana que ni
siquiera había deslucido su belleza. Luego ella había doblado la nota de Mario
y guardado bajo su pupitre. “Nos vemos en
el cuarto del gimnasio en el segundo recreo”, rezaba el papelito; “¡Prepárate para el fin del mundo! −esa
parte era la que más le molaba a Mario, por eso la había adornado con dibujos
toscos de meteoritos y platillos volantes acompañando a la singular fecha:
21-12-12− “Rosi también viene”. Para
que su plan causara mayor efecto, tenía que incluir al final la mención a la
mejor amiga de Laura, si no ella se lo olería todo y pasaría del tema.
¿Qué tenía esa niña para gustarle
tanto? Su bonito pelo dorado, que parecía siempre recién lavado con esos
champús de televisión, le otorgaban un +3 en belleza. Bueno, no, discrepó días
antes con Jaime mientras preparaban la partida de rol; +2 en belleza por el
pelo, +3 en apariencia y… Claro, al final su amigo acabó mandándole a tomar
Fanta, pues él prefería acabar las fichas de sus guerreros orcos antes que
fantasear con personajes de mayor dificultad como las chicas de clase.
Quizá fuera por sus ojos. Mario
siempre quedaba hechizado de ellos, de esos minúsculos charcos de agua
cristalina que brillaban cada vez que Laura sonreía. Estaba preciosa cuando
arqueaba los labios y mostraba sus dientes blanquísimos a todo el colegio.
Las gafas se deslizaron por su nariz
justo cuando iba a subirse de nuevo las mangas. Qué calor hacía bajo la lona.
El gremlin que correteaba por sus tripas se empeñaba en que soltara pronto los
gases, pero Mario apretaba las nalgas con insistencia. “Como huelan mal, -3 en carisma. Y ya lo tengo bastante bajo desde el
otro día”. Una cita con Laura. Estaba mal lo que había hecho, pero tenía
que intentarlo de nuevo. “Sólo un beso.
Despacito, aunque sea en la mejilla”. Mario hablaba consigo mismo con los
ojos cerrados. Se recreaba en ello, casi podía imaginárselo. Un sueño hecho
realidad.
“¡Ay!” Dio un respingo cuando escuchó abrirse la puerta al otro lado
de la lona. Casi se le escapó la linterna de las manos.
—¿E-eres tú, Laura?
Se sucedieron unos segundos
angustiosos. Mario escuchó unos pasos acercarse, y por más que quiso apretar el
culete, una corriente cálida y silenciosa surgió inevitablemente de entre sus
piernas. Se quedó entonces más tieso que una vela, incapaz de reaccionar, y
todo se agravó aún más cuando una mano levantó la lona y el rostro hermoso que
tanto había deseado apareció. Laura le contempló agachada durante unos
instantes con el ceño fruncido, como si dudara de si debía entrar o no.
—¿Y Rosi? —pronunció extrañada.
—A-ahora vendrá —Mario tragó saliva,
después sonrió con una mueca estúpida—. Ve-venga, pasa. No te-te quedes ahí.
Después de decirle todo eso, el
chico se dio cuenta de que había tartamudeado y que hacerle aspavientos con el
brazo para invitarla a pasar no había sido muy acertado, pero ya daba lo mismo.
La sensación de tener el corazón asido en un puño le hizo recordar la escena de
un especial de San Valentín de “Rasca y Pica”, en la que el ratón le extrae el
órgano a su querido minino y se lo muestra todavía latiendo. En aquellos
momentos, era Laura la que le atravesaba el pecho con sus largos dedos y lo
levantaba ante él, a la vez que soltaba las mismas carcajadas que el grotesco roedor.
Y claro, eso suponía tarea extra para el gremlin de Mario, que no dejaba de
patalear y hacerle soltar lastre por donde menos debía.
—… pero como vuelvas a pedirme lo
mismo, me voy al recreo.
De pronto, Mario regresó de aquel
truculento escenario animado que había aparecido en su cabeza. Al parecer,
Laura le había recriminado segundos antes lo del beso y, para su asombro,
estaba acercándose a él dejando caer la lona a su espalda.
—Ostras, qué mal huele aquí dentro,
¿no? —fue lo primero que expresó cuando se sentó enfrente de él, imitando su
posición.
Lo estaba flipando. El chico se
había quedado mudo y sin gases en las tripas con la chica de sus sueños delante
de sus narices. Los dos solos, en penumbra. Por fin, el encuentro tan deseado.
Una suave pluma comenzó a hacer de las suyas recorriendo sin control la espalda
de Mario. Laura no dejaba de observarle con la boca torcida, como si esperara
algún tipo de reacción por su parte. Él, sin embargo, tenía ya suficiente con
la mera contemplación de los ojos de su chica −”su chica”, por supuesto. En ese
refugio para el fin del mundo que había creado para ellos solos, ya podía
considerarla como “suya”−.
—¡Esto del fin del mundo es una
chorrada! —soltó ella cruzándose de brazos—. Cuando vengan los demás, más vale
que nos expliques tu fantástico plan para salvarnos a todos…
¡Glups!
Ese trago de saliva había pasado por la garganta de Mario como un insufrible
bolo de polvorones. Estaba temblando como una montaña de gelatina cuando
decidió que debía dar el siguiente paso en vez de quedarse callado y sin hacer
nada, como las veces en las que los malos de 3º se metían con él por llevar
gafas y unas tallas más de ropa.
—Va a sonar la sirena y aquí no
viene nadie —le increpaba Laura mientras pensaba a la velocidad de la luz lo
que debía decir—. Como me estés tomando el pelo para pedirme otra vez que te
bese, me levanto y me voy.
—¡No! —reaccionó de pronto. Hasta él
mismo se había sorprendido—. Te-tenemos que estar… preparados. Sí, eso… —Boca
seca, trago de saliva y dolor en las sienes al hablar—. Hace mi-miles de años,
los ma-mayas predijeron que el fi-fin del mundo sucede-ría tal día como hoy…
—¡Sí, claro! ¡Y voy yo y me lo creo!
—En este lu-lugar que he construido
pa-para todos de clase —prosiguió Mario, gesticulando para atraer la atención
de su amada—, nos salvaremos de la llegada del ca- cataclismo final que
aca-cabará con la raza humana… ¡Bruumm! —. Al imitar el sonido de los miles de
caídas de meteoritos, un hilo de baba se descolgó de su boca y quedó pegado a
su barbilla.
—¡Qué asco! Eres un friki, como
dicen todos. ¡Yo me largo! ¡No debería haberte hecho caso!
Laura se levantó rápidamente y se
abalanzó hacia la lona. Mario no pudo evitar estirar el brazo para agarrarla de
su chaqueta rosa.
—¡Espera, no te vayas!
Ante el fuerte tirón del gordito de
clase, la chica cayó de costado y se golpeó con el codo en el suelo. Soltó un
“¡ay!” agudo y estridente que le pareció a Mario como si le hubieran pisado el
rabo a un perro.
—¡Pe-perdona, Laura…! —Quiso ayudarla
a incorporarse, pero ella se apartó bruscamente y se ovilló de espaldas a él
protegiendo su codo lastimado.
—¡Déjame en paz!
—Sí, ti-tienes razón… —Mario se
sintió apenado de repente. Le temblaba la voz—. Me-me gustas mucho y… ¡Jo, lo
si-siento! Ya sé que no so-soy tan guapo como Jorge y Fer, que ju-juego a rol y
al ajedrez y que saco las me-mejores notas de clase… —Ella se volvió lentamente
con gesto de dolor—. Sé que nunca saldrías con un chi-chico como yo porque se
me a-atascan las pa-palabras cada dos por tres, llevo las gafas ho-horribles
que eligieron mis padres y porque soy la bola de se-sebo a la que empujan y
pegan co-collejas todos los días, por eso… Por eso sólo te-te pi-pido un beso.
En la meji-jilla, aunque sea.
Mario tomó aire. Lo había soltado
todo de carrerilla, sin pensar. Vacío de temores y de incómodos gremlins, aquel
brote de sinceridad había obrado una reacción inesperada. Laura permanecía en
esos momentos de frente a él, contemplándole sin dolor alguno como quien se
estremece ante un polluelo caído del nido. Los límpidos charcos que llenaban
sus ojos brillaban con una luz mágica que amenazaba con desbordarlos en
cualquier momento. Y sonreía. Tímidamente, la boca de la chica de sus sueños se
abrió ante Mario y le mostró el poderoso destello de sus dientes. Ese por el
que el chico tanto suspiraba y que le costaba tantas llamadas de atención de
los profesores.
El ruido de la sirena del gimnasio
rompió esos instantes mágicos. Mario se levantó de un bote mientras Laura
permanecía en la misma posición sin pestañear.
—¡A la mi-mierda el fin del mundo!
—lamentó el chico mientras se erguía. Su gesto repentino hizo que la linterna
se le resbala de la mano y cayera al suelo, con tan mala fortuna que emitió un
chasquido y se apagó.
—¡Ay, qué miedo!
—Tran-tranquila, Laura. —Mario se
movía como un hipopótamo en una ducha extendiendo sus brazos con frenesí hacia
todos lados—. Ahora sa-salgo y enciendo la luz.
¡Plof!
La torpeza y los nervios de Mario hicieron que tropezara con Laura.“¡Mi mano!”, se quejaba la chica
aullando como un cachorrillo. El chico tuvo que agarrarse a la lona para no
caer, y las varas de madera que sostenían su refugio anti-cataclismos cedieron.
—¡Ayyy!
—¡Lo que falta-taba!
—¿Estás bien?
—Sí, claro.
—Espera, que salgo yo y la busco.
Mario notó el cuerpo de la chica
removerse a su lado y levantar la lona sobre su cabeza. Por suerte, no pesaba
mucho. Pasaron unos segundos hasta que la chica encontró a tientas el
interruptor de la pared.
—¡Ya está!
Ante ella apareció el cuerpo de su
compañero de clase bajo la recia tela, y por un instante aquella visión le
recordó a un dibujo del libro que tuvieron que leer el año anterior, “El
Principito”, se llamaba, en el que se veía a una serpiente que se había tragado
a un elefante.
—¿Mario, estás bien?
La chica escuchó un llanto ahogado
bajo la tela. No pudo evitar acercarse y levantarla. Mario se dio la vuelta en
cuanto se vio libre del peso. Llevaba las gafas en la mano y se restregaba los
ojos.
—¿Estás llorando?
—¡Soy un imbe-bécil! —sollozaba
entre hipidos, apartándole la mirada—. ¡Normal que no qui-quieras saber na-nada
de mí!
—Chisss, calla…
Todo sucedió muy deprisa. Fueron
unos instantes tan maravillosos y placenteros para él que apenas pudo
saborearlos. Laura se arrodilló en el suelo y le apartó con dulzura las manos
de la cara. Aquel tacto sobre su piel le hizo estremecer, tanto que se quedó
paralizado. En cuanto Mario se volvió hacia ella y se topó de lleno con sus
ojos cristalinos, su cuerpo dejó de reaccionar. El cabello dorado de Laura
refulgía como el de las modelos de la tele; no, como el de las hadas de los
cuentos. Sí, así la veía él entonces. Era su princesa prometida, la Arwen de su
mundo épico. Y estaba empleando todas sus artes mágicas para hechizarle una vez
más.
“Si
tuviera que lanzar el dado, haría una tirada crítica a posta”, pensaba
cuando Laura se acercó a menos de un palmo de su nariz y pudo sentir su cálido
aliento y oler su penetrante colonia de gominolas.
—Cierra los ojos —le susurró la
princesa elfa en un tono melodioso.
¿Cómo negarse a eso? Ni cientos de
tartamudeos, ni miles de nervios, ni millones de gremlins traviesos le
impedirían vivir ese momento. Su momento.
Los cerró. Arrugó los labios y puso
los morritos que suponía que había que poner la primera vez que te besaban.
Plumas, miles de ellas le acariciaban cada palmo de la piel. Qué agradable
sensación para Mario. Qué poderoso hechizo de magia élfica. Ya podía sentirla a
unos milímetros escasos de su boca…
¡Muack!
En el último segundo, los labios de Laura viraron levemente en su dirección
y se estamparon en la mejilla llorosa de Mario. Había estado cerca, muy cerca.
—Ya puedes abrirlos.
Lo hizo cuando ella se apartaba
hacia atrás sonriéndole con esas piezas perladas por las que tantas veces había
suspirado. No había sido como esperaba, pero… Mario se conformaba con poco.
—¿Qué haces ahí parado? ¡Vamos! Hay
que volver a clase antes de que… —Un revuelo creciente se escuchaba allí fuera.
Los chicos de 4º estaban entrando al gimnasio—. ¡Hala, no!
—Laura gesticulaba
con gravedad mirando hacia la puerta—. ¡Ahora no podemos salir!
A pesar de la reacción de miedo e
impotencia de la chica, Mario la contemplaba como quien contempla a una diosa
emergiendo desnuda de las aguas marinas, sin lluvias de meteoritos ni
invasiones marcianas de fondo. Con una estúpida sonrisa que le daba la vuelta a
la cara y sin intención alguna de hacer o decir nada.
©David Rozas
Gracias, Marcos. Este domingo, tenemos una cita con Iker en Casetas. ¡Nos vemos!
ResponderEliminarA ti, David. Un abrazo!
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